Aunque no sepa quererte de la forma que a ti te gustaría, siempre te querre con todo mi corazon de la mejor forma que sepa.

24 abril 2011

Paulo Coelho

Cuando tenía quince años, le dije a mi madre:
-He descubierto mi vocación: quiero ser escritor.
-Hijo mío -respondió ella, con aire triste -tu padre es ingeniero. Es un hombre lógico, razonable, con una visión precisa del mundo. ¿Tú sabes lo que es ser un escritor?
-Alguien que escribe libros.
-Tu tío Haroldo, que es médico, también escribe libros, y ya publicó algunos. Sigue la facultad de ingeniería y tendrás tiempo para escribir en tus momentos libres.
-No, mamá. Yo quiero ser solamente escritor. No un ingeniero que escribe libros.
-¿Pero tú ya has conocido a algún escritor? ¿Alguna vez viste a algún escritor?
-Nunca. Sólo en fotografías.
-Entonces, ¿cómo quieres ser escritor sin saber bien lo que es eso?
Para poder responder a mi madre resolví hacer una pesquisa. Y he aquí lo que descubrí sobre lo que era ser un escritor en el inicio de la década de los sesenta:
Un escritor siempre usa lentes, y no se peina bien. Pasa la mitad de su tiempo con rabia de todo, y la otra mitad deprimido. Vive en bares, discutiendo con otros escritores, también con lentes y despeinados. Habla difícil. Tiene siempre ideas fantásticas sobre su próxima novela y detesta la que acabó de publicar.
Un escritor tiene el deber y la obligación de jamás ser comprendido por su generación -o nunca llegará a ser considerado un genio, pues está convencido de que nació en una época en la que la mediocridad impera-. Un escritor siempre hace varias revisiones y alteraciones en cada frase que escribe. El vocabulario de un hombre común está compuesto por 3.000 palabras; un verdadero escritor jamás las utiliza, ya que existen otras 189.000 en el diccionario, y él no es un hombre común.
Solamente otros escritores comprenden lo que un escritor quiere decir. Aún así, él detesta secretamente a los otros escritores, ya que están disputando las mismas plazas que la historia de la literatura deja a lo largo de los siglos. Entonces, el escritor y sus pares disputan el trofeo del libro más complicado: será considerado el mejor aquel que consiguió ser el más difícil.
Un escritor entiende de temas cuyos nombres asustan: semiótica, epistemología, neoconcretismo. Cuando desea impresionar a alguien dice cosas como “Einstein es burro” o “Tolstoi es un payaso de la burguesía”. Todos se escandalizan, pero comienzan a repetir a otros que la teoría de la relatividad es errónea y que Tolstoi defendía a los aristócratas rusos.
Un escritor, para seducir a una mujer, dice: “Soy escritor”, y escribe un poema en una servilleta: funciona siempre.
A causa de su vasta cultura, un escritor siempre consigue empleo como crítico literario. Es en este momento cuando él muestra su generosidad, escribiendo sobre los libros de sus amigos. La mitad de la crítica está compuesta por citas de autores extranjeros; la otra mitad son los tales análisis de frases, siempre empleando términos como “el corte epistemológico” o “la visión integrada en un eje correspondiente”. Quien lee la crítica comenta: “¡Qué hombre tan culto!”. Y no compra el libro, porque no sabrá cómo continuar la lectura cuando aparezca el corte epistemológico.
Un escritor, cuando es convidado a comentar lo que está leyendo en aquel momento, siempre cita un libro del que nadie oyó hablar.
Solo existe un libro que despierta la admiración unánime del escritor y sus pares: Ulises, de James Joyce. El escritor nunca habla mal de este libro, pero cuando alguien le pregunta de qué trata, nunca consigue explicarlo bien, dejando dudas sobre si realmente lo leyó. Es un absurdo que Ulises jamás sea reeditado, ya que todos los escritores lo citan como obra maestra; tal vez sea la estupidez de los editores, dejando pasar la oportunidad de ganar mucho dinero con un libro que todo el mundo leyó y a todo el mundo gustó.
Provisto de todas estas informaciones, volví a mi madre y le expliqué exactamente lo que era un escritor. Se quedó un poco sorprendida.
-Es más fácil ser ingeniero -dijo. -Además, tú no usas lentes.
Pero yo ya iba despeinado, con mi paquete de Gauloises en el bolsillo, una pieza de teatro debajo del brazo (Límites de la resistencia que, para mi alegría, el crítico Yan Michalski definió como “el espectáculo más loco que jamás vi”), estudiando a Hegel y decidido a leer Ulises de cualquier manera. Hasta el día en que apareció Raúl Seixas, me retiró de la búsqueda de la inmortalidad y me colocó de nuevo en el camino de las personas comunes.

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