Y que mis miedos se vayan, que el dolor se esfume.

Tengo miedo. Miedo, de que todo esto pase, de volver a sentirme sola y perdida en el mundo. De no volver a tener unos brazos que me abracen por la noche y unos labios que me despierten con un beso por la mañana, mientras nos envolvemos en el edredón y hablamos de nuestro pasado, de nuestra vida, con el olor a cerveza aún en el ambiente. Miedo de que no vuelvas a agarrarme de la mano, delante de tus amigos, ignorando la verguenza y haciéndome sentir segura. Y es que eso es lo que haces, me transmites seguridad, me haces sentir alguien que vale, alguien que es alguien, valga la redundancia. Pero a la vez tengo miedo, de que como todo en mi vida, dure lo que una gota de lluvia. Y no, no eres tu el culpable de ese miedo. No eres tu, es él. Es él, y la jodida herida que aún llevo en mis ojos, que aún llevo en esa fotografía de la cartera, la cual me pediste que tirase para que deje de sufrir. Es él, que pienso que se ha ido, pero en cuanto tu te vas su rostro vuelve a aparecer en mi cabeza. Y sufro, sufro mucho. Porque el daño que él me hizo no consigue irse, esa concha vacía en la que me transformé, no consigue recuperarse de todo. Por eso sufro, y porque no quiero enamorarme, o si. No lo sé ni yo. Solo sé que no soportaría que tu también te fueses. Por eso quizás estamos mejor así, como tu dices, somos "casi-novios" y eso, para mi, es la mayor medicina. Porque gracias a ti sonrío, y vivo. Vivo y he recuperado el brillo de mis ojos. Es por eso, que cuando te veo, te abrazo fuerte, muy fuerte. Para, en silencio, darte las gracias. Para pedirte que, sigas así mucho tiempo, a mi lado, en silencio, y sobre todo, sonriendo como sonríes.
Mientras tu estás aquí, mis fantasmas se van.