Nunca me han gustado los aeropuertos. Siempre he considerado que hay que pasar demasiadas barreras para poder disfrutar de un avión.Los controles, las facturaciones, el temor a las pérdidas apestan enormemente ese lugar.Leí una vez un estudio que explicaba que el corazón de una persona no para de latir a toda velocidad desde que entra en un aeropuerto.Y esa aceleración es debida a las... Prisas por encontrar el mostrador de facturación, por facturar lo deseado o no facturar absolutamente nada y que te obliguen a facturarlo todo, por obtener el asiento perfecto, por pasar el control de seguridad, por embarcar más rápido, por poder colocar las maletas de mano en el avión y que no te las envíen a la bodega, por el nerviosismo del despegue, por aquellos instantes de turbulencias, por el miedo al aterrizaje, por salir rápidamente del avión, por encontrar la cinta de equipajes, por marcharte del aeropuerto y por llegar a tu destino final.Lo increíble del estudio es que lo que menos altera las pulsaciones es el viaje en avión propiamente dicho y lo que más, el colocar la maleta de mano. La importancia de que nuestra posesión esté segura cerca de nosotros. Y lo ideal, como siempre, es que resida encima de nuestra cabeza.El ser humano es extraño y complejo.Y ahí estaba, con mis pulsaciones aceleradas delante del control de seguridad.
(A. Espinosa, Si tu me dices ven lo dejo todo pero dime ven)
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sonrisas que se expresan